Está comisariada por Antonio Martín, y, además, en el enlace, se puede descargar un bonito archivo en pdf con unas cuantas portadas de muestra de revistas como Yumbo, Pulgarcito o Aventurero.


En principio no tenia demasiado interés por dicho cómic, entre otras cosas por la mala pinta del trailer promocional de la película, precisamente, pero un conocido me habló bastante bien de él, y me lo vendió como una obra radical y transgresora. Una vez finiquitadas las ciento-y-pico páginas (extras incluidos) he de reconocer que los gustos de ese conocido distan bastante de los mios. ¿Transgresora? Yo entiendo como transgresora una obra que se sale de los límites que se suelen aplicar a las obras de género, entiendo que va más allá de manera justificada, porque la historia así lo exige, porque la evolución de los personajes obliga a la historia a virar de forma radical. Por lo visto, este conocido mio no lo ve igual, para él transgredir quiere decir soltar tacos sin ton ni son, salpicar de sangre viñeta sí y viñeta también, presentar a personajes "radicales" como un ser hecho de mierda u otro dominado literalmente por su lenguaraz entrepierna. Una sarta de tonterias que desvirtúa lo que podría haber sido una buena historia. De hecho, y aqui estoy de acuerdo con lo que dijo en su dia Álvaro Pons, el punto de partida, ese mundo sin superhéroes, derrotados definitivamente por sus archienemigos, que han pasado a controlar el cotarro, me pareció una excelente idea.
En el supuesto que yo hubiera formadoparte del jurado (algo que no pasará jamás, no os preocupéis) mi voto habría sido para María y yo. Teniendo en cuenta que narra también una experiencia vital con una persona discapacitada (en este caso una niña autista), el trabajo de Gallardo se presenta, en cambio, de un modo totalmente original, rompedor estética y narrativamente. Se inicia el relato a partir de unas vacaciones del propio Gallardo con su hija de doce años, María, y a renglón seguido toma ese punto de partida para explicarnos con profusión de detalles, con una implicación sentimental mucho más fuerte, el particular mundo de la niña.

Los lectores de historietas no podemos obviar que detrás de nuestro vicio, nuestra afición, existe un componente nostálgico ciertamente importante. Y hoy, llevado por ese sentimiento, me asomo a mi tribuna para conmemorar dos aniversarios que merecen celebración pública, y también privada. El primero, el centenario del nacimiento de Josep Escobar, el popular responsable de Zipi y Zape, Carpanta o Petra, criada para todo. Escobar era, para mi, uno de los pilares de las revistas Bruguera que consumiamos en familia (el otro, como no, era Ibáñez). Eso no significa que fueran estos mis dos autores favoritos. De hecho Raf, Segura, Jan, Vázquez o Fresno (el de Benito Boniato) me gustaban bastante más. Sin embargo Escobar era una presencia constante en cualquier cabecera de la editorial. Reconozco que de entre sus creaciones prefería a los personajes menos populares, entre otras cosas porqué Carpanta y los hermanos Zapatilla (los hijos de Don Pantunflo, vamos) me sonaban reiterativos. El primero siempre hambriento, soñando con pollos y bocatas, y los segundos obsesionados con el futbol y con eludir el cuarto de los ratones. Con el tiempo, descubrí que tanto uno como los otros eran consecuencia lógica de la posguerra, y leyendo ejemplares antiguos de Pulgarcito conocí el verdadero carácter del universo de Escobar. También me ayudó, y mucho, el libro de Joan Manuel Soldevilla El pare de Carpanta i Zipi y Zape.

Las categorías internacionales son arena de otro costal. Para empezar hecho en falta varias obras excelentes, empezando por Fun home, o Reyes disfrazados, y acabando por Mi mamá está en América y ha conocido a Buffalo Bill. De hecho la gran mayoría de guionistas y dibujantes pertenecen al mainstream superheroico, y exceptuando Lost girls y RG, lo mismo pasa con los títulos nominados. Cosas del jurado.
Curioseando por la blogosfera me encontré ayer con esta foto que data de 1992. En pleno estallido de Image, cuando las estrellas del firmamento superheroico se largaron para fundar su propia editorial, otros cinco nombres, ya veteranos, y plenamente reconocidos, decidieron coger los trastos y crear el sello Legend para Dark Horse. Frank Miller, John Byrne, Geof Darrow, Mike Mignola y Arthur Adams. Desde entonces suertes desiguales para cada uno de ellos. Mientras Miller y Mignola han conseguido, gracias al cine, entre otras cosas, dar mayor lustre a su firma, otros, y estoy pensando sobre todo en Byrne y en Adams, han pasado a un segundísimo plano. 
Supongo que habréis oído las declaraciones de la Ministra de Igualdad acerca del uso del velo. Yo no sé demasiado sobre el tema, pero creo que a Bibiana Aído le vendría muy bien leerse dos tebeos en cuestión. Uno El caso del velo, de Petillon, una divertidísima sátira acerca del monumental lío que tiene en Francia con el "hiyab", el "burka" y el "chador". Y el otro es El fotógrafo, de Guibert y Lefèvre, en el que -en el segundo volumen- hay una interesantísima conversación entre los protagonistas sobre las razones que llevan a las mujeres musulmanas a cubrirse de pies a cabeza.
"¿Y a mi qué?", diréis. Bueno, pues no sé... este es mi blog y me apetece explicar (a todos los interesados, si es que los hay) las razones que me empujaron ayer a agenciarme tres bonitos tebeos que pretendía desde hace ya unos días. Aquellos que, como yo, vivís en ciudades medias donde la presencia de librerías especializadas no es habitual, sabréis que es difícil adquirir las novedades cuando acaban de salir al mercado. Yo por ejemplo suelo pasearme por dos de las librerías (normales y corrientes, para entendernos) que hay en mi ciudad, y que suelen tener una limitada, aunque acertada, selección de material. Lamentablemente las novedades, como digo, suelen tardar unos cuantos días, eso si están editadas por Norma, Planeta, Glénat, Astiberri o La Cúpula, aunque de éstas tampoco llegan todos los títulos, y si hablamos de cosas más minoritarias ya ni os cuento. Sin ir más lejos tengo todavía pendientes de comprar el ejemplar de la revista Mondo Brutto donde salía la entrevista com Beà, Las aventuras de Cacauequi, o el último tomo de Peanuts.
Bueno, pues ayer pasé por uno de esos establecimientos y me hice con el número dos de Lost Girls, además de Sky Masters of the Space Force, y de El judío de Nueva York; en resumen, la segunda entrega de una miniserie de la que todavía no he leído el primer tomo, la recopilación de unas tiras de prensa que sólo conocía por reseñas concretas en algun texto biográfico sobre Kirby, y una novela gráfica de un autor, Ben Katchor, del cual sabía gracias a la magia de internet y a algún que otro artículo sobre la que al parecer es su obra cumbre, Julius Knipl. ¿Qué oscuras razones me empujaron entonces a gastarme más de sesenta euros con referencias tan peregrinas? La explicación es bien sencilla, me he fiado del criterio ajeno, me he fiado de lo que han dicho otras personas que saben bastante más que yo, y con las que suelo coincidir en cuestión de gustos.

Empecemos con El año que fuimos campeones del mundo de Ulf K., el primer tebeo que se editó en castellano de este dibujante germano. Un breve y simpático relato nostálgico que rememora el verano de 1974 cuando la República Federal de Alemania, selección anfitriona de la fase final, se proclamó campeona del mundo. Aquí el balón es una mera excusa, pues los temas importantes son otros: la inocencia, la belleza de las cosas sencillas, la importancia de la amistad en los años de colegio, una serie de ideas muy bien apuntadas, sin mayor ambición.
Otra lectura futbolística altamente recomendable es un clásico hoy tristemente olvidado: Pepe el hincha del simpar Peñarroya. En la época en la que nace este personaje, la década de los sesenta del siglo pasado, el fútbol en España era un auténtico fenómeno de masas; estamos hablando de los años en los que el Real Madrid empezó a ganar Copas de Europa, cuando el propio combinado nacional se llevó el único título de toda su historia, si no contamos las medallas olímpicas, claro. El fútbol podía servir al régimen franquista para entretener al ciudadano de pie, de acuerdo, pero también determinados movimientos sociales y políticos convirtieron los estadios en lugares donde reivindicar determinados derechos inexistentes por estos andurriales. Pepe el hincha, que ejerció de árbitro, de directivo e incluso de jugador, no fue el único personaje de historieta relacionado con el balompie, pero sí el más divertido, relamido y sufrido de todos. Mira que recibió pedradas y patadas, y ahí siguió animando al F. C. Pedrusco de sus amores. Un precedente directo de Curro Córner y Pepenalti.


En el suplemento Domingo de El País perteneciente al pasado 1 de junio apareció un pequeño artículo de Enric González dedicado a Manolo Vázquez, el creador de, entre otros muchos, "La abuelita Paz" o "Anacleto, agente secreto". No es la primera vez que González dedicada su sección a un dibujante de historietas; no hace mucho describió las virtudes de Bill Watterson, por ejemplo. Sin embargo en esta ocasión lo hizo de un modo diferente, de un modo más personal, básicamente porque Vázquez forma parte de sus lecturas de infancia, y eso marca, y mucho, y también porque su padre (el de Enric González, me refiero) trabajó en la editorial Bruguera. Como no podía ser de otra manera, en dicho artículo se comentaban algunas de las leyendas sobre el gran dibujante madrileño, desde su relación con los acreedores hasta alguno de los negocios que montó, mitos y rumores que nos presentan a un Vázquez pícaro, caradura y aprovechado, el mismo que protagonizaba aquellas divertidísimas "Historias del Tio Vázquez" o que vivía en lo más alto de "13 Rue del Percebe". Las anécdotas sobre este vividor darían para mucho si alguien se atreviera a glosarlas.









