"¿Y a mi qué?", diréis. Bueno, pues no sé... este es mi blog y me apetece explicar (a todos los interesados, si es que los hay) las razones que me empujaron ayer a agenciarme tres bonitos tebeos que pretendía desde hace ya unos días. Aquellos que, como yo, vivís en ciudades medias donde la presencia de librerías especializadas no es habitual, sabréis que es difícil adquirir las novedades cuando acaban de salir al mercado. Yo por ejemplo suelo pasearme por dos de las librerías (normales y corrientes, para entendernos) que hay en mi ciudad, y que suelen tener una limitada, aunque acertada, selección de material. Lamentablemente las novedades, como digo, suelen tardar unos cuantos días, eso si están editadas por Norma, Planeta, Glénat, Astiberri o La Cúpula, aunque de éstas tampoco llegan todos los títulos, y si hablamos de cosas más minoritarias ya ni os cuento. Sin ir más lejos tengo todavía pendientes de comprar el ejemplar de la revista Mondo Brutto donde salía la entrevista com Beà, Las aventuras de Cacauequi, o el último tomo de Peanuts.
Bueno, pues ayer pasé por uno de esos establecimientos y me hice con el número dos de Lost Girls, además de Sky Masters of the Space Force, y de El judío de Nueva York; en resumen, la segunda entrega de una miniserie de la que todavía no he leído el primer tomo, la recopilación de unas tiras de prensa que sólo conocía por reseñas concretas en algun texto biográfico sobre Kirby, y una novela gráfica de un autor, Ben Katchor, del cual sabía gracias a la magia de internet y a algún que otro artículo sobre la que al parecer es su obra cumbre, Julius Knipl. ¿Qué oscuras razones me empujaron entonces a gastarme más de sesenta euros con referencias tan peregrinas? La explicación es bien sencilla, me he fiado del criterio ajeno, me he fiado de lo que han dicho otras personas que saben bastante más que yo, y con las que suelo coincidir en cuestión de gustos.
Con Lost Girls no había demasiadas dudas. Considero a Alan Moore uno de los mejores escritores de la historia del medio, al menos dentro de la vertiente que él cultiva (otro día me explicaré mejor, pero creo que es muy difícil comparar el trabajo de Moore con, por poner un ejemplo, Charlier, otro de los grandes, ya que sus motivaciones, sus anhelos, sus objetivos como guionistas son muy diferentes), así que no tuve que pensármelo demasiado. Las dudas me asaltaban con los otros dos cómics. He de reconocer, con las mejillas enrojecidas, que al acabar el año, cuando se multiplican las listas que recojen los mejores tebeos publicados, me cabreo mucho si no conozco todos y cada uno de los cómics que se nombran, al menos en las listas de aquellos críticos/teóricos/periodistas con los que me identifico. Me pasa lo mismo con las películas. Suelo leerme las críticas de El País de los viernes, consulto los cuadros de estrellitas del Fotogramas y del Magazine de El Mundo, y me fio bastante del criterio de gente como Jordi Costa, Jaume Figueres, Nuria Vidal o Manuel Hidalgo, sabiendo de qué pie cojea cada uno de ellos, cuales son sus preferencias, y qué aspectos de las películas valoran más.
Bueno, pues ayer pasé por uno de esos establecimientos y me hice con el número dos de Lost Girls, además de Sky Masters of the Space Force, y de El judío de Nueva York; en resumen, la segunda entrega de una miniserie de la que todavía no he leído el primer tomo, la recopilación de unas tiras de prensa que sólo conocía por reseñas concretas en algun texto biográfico sobre Kirby, y una novela gráfica de un autor, Ben Katchor, del cual sabía gracias a la magia de internet y a algún que otro artículo sobre la que al parecer es su obra cumbre, Julius Knipl. ¿Qué oscuras razones me empujaron entonces a gastarme más de sesenta euros con referencias tan peregrinas? La explicación es bien sencilla, me he fiado del criterio ajeno, me he fiado de lo que han dicho otras personas que saben bastante más que yo, y con las que suelo coincidir en cuestión de gustos.
Con Lost Girls no había demasiadas dudas. Considero a Alan Moore uno de los mejores escritores de la historia del medio, al menos dentro de la vertiente que él cultiva (otro día me explicaré mejor, pero creo que es muy difícil comparar el trabajo de Moore con, por poner un ejemplo, Charlier, otro de los grandes, ya que sus motivaciones, sus anhelos, sus objetivos como guionistas son muy diferentes), así que no tuve que pensármelo demasiado. Las dudas me asaltaban con los otros dos cómics. He de reconocer, con las mejillas enrojecidas, que al acabar el año, cuando se multiplican las listas que recojen los mejores tebeos publicados, me cabreo mucho si no conozco todos y cada uno de los cómics que se nombran, al menos en las listas de aquellos críticos/teóricos/periodistas con los que me identifico. Me pasa lo mismo con las películas. Suelo leerme las críticas de El País de los viernes, consulto los cuadros de estrellitas del Fotogramas y del Magazine de El Mundo, y me fio bastante del criterio de gente como Jordi Costa, Jaume Figueres, Nuria Vidal o Manuel Hidalgo, sabiendo de qué pie cojea cada uno de ellos, cuales son sus preferencias, y qué aspectos de las películas valoran más.
Lo reconozco: el dibujo de Kirby para Sky Masters me gustaba pero me acabé de decidir por la reseña que hizo Pepo Pérez el otro dia; tenía mucha curiosidad por leerme El judío de Nueva York, pero fueron cruciales las palabras del propio Pepo y de Álvaro Pons. Y porqué no me iba a fiar si gracias a ellos, y a gente como Santiago García (alias Trajano Bermúdez) o Pepe Gálvez, he descubierto historietas que me habrían pasado desapercibidas. También me he llevado decepciones gordas siguiendo las recomendaciones de unos y otros; me vienen a la cabeza Kiki de Montparnasse o La voluptuosidad. No estoy diciendo por lo tanto que las reseñas positivas de determinadas personas me lleven, con los ojos cerrados, a agenciarme el cómic en cuestión, o a no comprármelo en el caso de que a ellos no les haya gustado. Tampoco estoy responsabilizando a los demás de mis desaciertos, que cada palo aguante su vela, como decía José Mª García. Tengo mi propio criterio, gracias a Dios, mis propios gustos, mis propias inquietudes. Sólo digo que la palabra de la crítica (siempre que ellos se entiendan así, como críticos) es útil para los aficionados, es necesaria. Allá cada cual con lo que haga con ella.
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